1/11/2009

¿Ser “Cristiano de primera” sin consentimiento y sin convicción?

En la mañana del 11 de enero leí con agrado la columna “Cristianos de segunda” (Calixto en El Colombiano. 11/01/09). En un estilo directo y sencillo, el autor expresa verdades trascendentales relacionadas con la identidad del cristiano y su compromiso individual y comunitario de llevar una vida digna de quien une este adjetivo a su nombre.

Según Calixto, para ser un cristiano de primera (o, mejor, para no ser un cristiano de segunda) luego del bautismo (acto al que un bebé es llevado por sus padres ante la comunidad de creyentes, presidida por el sacerdote), llega el consecuente reconocimiento como hijos de Dios y, a partir de allí, se requiere el inicio de la educación en la fe, para que se trate de algo más que un chapuzón. Aunque el autor no lo menciona, supongo que en esta formación doctrinal tendrán un papel fundamental los padres, la iglesia y las instituciones educativas.

Según he leído en los Evangelios, el proceso para hacerse un nuevo miembro de la comunidad de la fe empieza por reconocer a Jesús como Dios para tener el derecho de ser reconocido como Hijo de Dios (Juan 1:12). Continúa con ser formado en la fe (recibir una auténtica educación en la fe, según el autor, o hacerse discípulo, según el mandato de Jesucristo en Mateo 28:19) y, con pleno juicio, tomar la decisión y hacerla conocer de la comunidad en una manifestación pública ante la Iglesia en el ritual del bautismo (acto que implica la voluntad del individuo).

Me pregunto si en esta inversión del proceso pueda residir buena parte de la explicación para que muchos nos sintamos cristianos de segunda: somos llevados a la pila bautismal con muy buena intención de parte de nuestros padres pero sin ninguna convicción personal; así, nuestros piadosos padres cumplen con el rito bautismal (aunque tal vez los impulsa más la necesidad de ponernos un nombre que la de hacernos miembros de la comunidad de la fe). Además, aparte de la tradición, nuestros padres no tienen la manera de proporcionarnos una sólida formación en la fe y nuestros colegios cada vez están más secularizados (valdría la pena identificar qué permite que nuestras instituciones educativas puedan llamarse hoy “católicas”, cuál es su sello cristiano para merecer esa denominación).

Uno no puede ser “de primera” en algo a lo que ha sido llevado sin su consentimiento y en lo que subsiste por tradición, más que por convicción.

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