2/14/2012

El oficio de reportero me define

Recogí estas palabras de Alonso Salazar Jaramillo cuando recibió el homenaje del Club de la Prensa, el 9 de febrero de 2010, por ser el primer periodista que llegó a ser Alcalde de Medellín. Pistas para pensar el oficio.


Sé que es absolutamente merecido el homenaje que hoy se hace aquí a mis colegas, Marta Hoyos, Jorge Iván García, Don Antonio Pardo García, León Piedrahita y el señor Yamid Amad. Me queda, sin embargo, la pregunta sobre el merecimiento de este gobernante, de una distinción tan honrosa como la que hoy se me hace.

Quizás se pueda sentir, realmente, que uno pertenece a un gremio cuando mira este auditorio y logra revivir épocas de la vida con los otros conocidos. Con sus profesores de universidad, con los compañeros con los que compartió en las aulas, con la gente con la que inició los que fueran sus primeros pinos profesionales.

Quizá, y de manera extraña, pueda verificarse uno como parte de un medio, cuando a estas alturas puede decir que ha pasado, en el ejercicio regional, por canales como Telemedellín y Teleantioquia, y por los periódicos El Mundo y El Colombiano como columnista.

Y quizá podría uno decir que se ha acercado al oficio de escribir, porque ha sido parte de la historia de esta ciudad, de esta región. Pero quiero, especialmente, hacer hoy el elogio a quienes el Club de la Prensa ha decidido homenajear, distintos de Alonso Salazar.

Hay una larga vida en Marta Hoyos dedicada a esta profesión; merece nuestra admiración y nuestro respeto. Hay un silencio profundo de sabiduría, de buen redactor y de instinto periodístico en Jorge Iván García. Recuerdo siempre la voz, a veces cuando opina, a veces en la noche, de don Antonio Pardo García; un hombre que nos abrió el periodismo a las fuentes internacionales, con revistas que en ese momento eran inéditas en la tradición de la radio colombiana, como parte de un periodismo condenado, durante muchas décadas, a mirar sólo el panorama nacional. Me encanta que esté aquí hoy don Antonio Pardo, y que podamos hacerle este homenaje.

A Oscar León Piedrahita, a quien veo trasegar día y noche para mantener el proyecto de periodismo comunitario en la Zona Nororiental; testimonio valioso, que llena de satisfacción a lectores de esa comunidad, pero que, sobre todo, a quienes lo miramos desde afuera, nos llena de entusiasmo saber que en esas comunidades hay quienes están escribiendo una historia tan definitiva, que queda en la imprenta, y que él ha sabido cultivar con calidad y con entusiasmo.

La querida amiga Yolanda Bedoya tuvo el honor de recibir hoy el reconocimiento en nombre de alguien que es extraordinario en el periodismo colombiano, más allá de toda consideración, don Yamid Amad.

¿Qué pasará con el periodismo? ¿Qué ha de ser del periodismo? No lo sabemos muy bien.

Pero tengo la certeza de que la palabra, necesaria siempre desde la fundación de la cultura, desde nuestra construcción como seres humanos; la palabra, nuestra materia prima esencial, es irremplazable. En cualquiera de los medios en los que ella circule, esa palabra siempre querrá ser contadora de historias, siempre querrá narrar paisajes, describir perfiles, contar sueños… y allí estará el periodista, allí estará el creador dispuesto de mil maneras a darle la gracia que esa palabra por siempre buscará.

En esta región hemos sido prolíficos en la creación de medios, y también hemos sido prolíficos en la exportación de periodistas de muy diversas características. Y habría que recordar a los Cano y a El Espectador. Y habría que recordar a El Correo. Desde luego, siempre habrá que recordar al periódico El Colombiano, a la familia Zuleta y a los Gómez Martínez. Y habrá que recordar a Sucesos Sensacionales. Desde luego, al periódico El Mundo, cuando surge en el año 89, con una perspectiva distinta y aireada del periodismo, que aún hoy pervive con una gama muy selecta de periodistas, como un medio de referencia nacional.

Pero no podríamos olvidar, hablando del juego maravilloso de palabras, a Luis Tejada, que es una de las personas que siempre me ha hecho creer en la rencarnación. ¿Cómo es posible escribir con tanta sabiduría a los 24, a los 25, a los 26 años? ¿Cómo es posible dejar una obra tan memorable, naciendo en una Antioquia bastante provincial?

Está también don Porfirio Barba Jacob. Yo creo que él es otro rencarnado. ¿Cómo es posible que aprendiese francés y que aprendiese a escribir, de la manera como lo hizo, su poesía? ¿Cómo es posible, además, que fuera tal vez el primer gran reportero de nuestra América Latina? Cuando salió de aquí debió haber sido esta una sociedad bastante mojigata para un espíritu tan anarquista. Entonces, se dedicó a estafar a mucha gente a lo largo de toda Centroamérica, pero también a escribir extraordinarios reportajes, que, creo yo, rompieron la tradición de un periodismo que todavía era de redacciones y de editoriales. Entre ellos el muy famoso reportaje sobre el terremoto de El Salvador.

Y, desde luego, tenemos a don Tomás Carrasquilla, que tenía un híbrido entre las crónicas y el género periodístico.

Todos, personas de este pueblo. Y, tan fundamental: con una capacidad de comprensión de la sociedad y de la condición humana que trasciende épocas. Por ejemplo, leyendo a don Tomás Carrasquilla cuando habla de la ciudad, del ambiente popular, me parece que estuviese leyendo un tiempo presente de la historia de Medellín.

Yo creo, y lo aprendí del profesor Juan José Hoyos y de tantos otros que me ayudaron a formarme en el poder de las historias, que el periodismo se salvará por la capacidad que tenga de encontrar las historias, narrarlas, recrearlas, y desapegarse un poco de la obsesión por la verdad, porque la verdad es esquiva. La verdad, según Kant, es una creación racional; pero, según Schopenhauer, la verdad es realmente lo que queramos fantasear.

Yo diría que con las nuevas tecnologías y con la creación de reinos virtuales, la verdad es cada vez más esquiva. Lo que nos es esquivo tiene que estar como mandamiento per-se e irremplazable. Es el compromiso con lo esencial de la vida: con la honradez en la búsqueda del conocimiento de la historia, con la lealtad al contarla, con la convicción del bien común al hacer periodismo en cualquiera de los géneros.

Yo que aspiro a terminar, como honra, muy comprometido en esta administración en diciembre de 2011, anhelo también, al mismo tiempo, volver a ser un reportero. Creo que ese oficio me define, y ese oficio perdurará por siempre.

Muchas gracias.

8/10/2010

De gigantes en la tierra

Encontré estas imágenes en internet. Me llaman la atención, y las referencias bibliográficas que podrían dar luces al respecto, están aquí:

8/05/2010

La fiesta de la feíta

En el Barrio Popular 1, de Medellín, se recuerda todavía cómo don Omar González celebró los 15 años de su única hija: hizo una fiesta también única. Todo el barrio asistió, hasta los que no eran muy cercanos se pegaron su pasadita. Se llenó la casa, se prendió el baile, se tragaron todo el aguardiente y todo el vino espumoso, se comieron el plato frío y la torta, se bailaron la quinceañera y, claro, en medio del guayabo, arrancaron a criticar.

6/07/2010

Ni violando la Ley se impuso el candidato continuista

He dado vueltas a los resultados de las elecciones del pasado domingo 30 de mayo en Colombia y la gran conclusión la dan los fríos números: Santos no ganó en la primera vuelta y el Partido Verde es la segunda fuerza electoral.

En la Primera Vuelta el miedo de los políticos tradicionales a que emergiera una fuerza alternativa con opción de poder los alineó en una misma opción: Llevar a Santos a la Presidencia, a como diera lugar, violando la legislación electoral y arriesgando al país a 4 u 8 años de continuidad de la cultura de la ilegalidad.

El transfuguismo practicado por la campaña de Santos se apoderó de 1.200.000 votos liberales y 1.300.000 conservadores. Sin los votos arrebatados a estos partidos, los resultados de la primera vuelta se habrían acercado a los siguientes niveles: Santos 31%, Mockus 21%, Nohemí 14%, Pardo 13%, Lleras 11%, Petro 9%.

Ni la ayuda indebida del ejecutivo central logró imponer esta maquinaria en la primera vuelta. La esperanza, esa a que remite el color verde, duerme en los 14 millones de colombianos que se quedan en casa el día de elecciones. A esos hay que despertarlos el 20 de junio... ese es el reto para un movimiento como el Partido Verde que se queda con la dignidad intacta por no aceptar adhesiones inconvenientes, ilegales o inmorales.

5/17/2010

A la manera de un pastor.

En las últimos semanas he visitado librerías y sitios web en búsqueda de principios básicos de administración y manejo de equipos. En el mar de literatura que encontré sobre el tema, me llamó la atención el libro "A la manera de un pastor. Siete principios antiguos para guiar personas productivas". Sus autores, Kevin Leman y William Pentak. La Editorial, Vida Zondervan. El año, 2005.

Aquí va mi síntesis de sus principios administrativos, muy fiel a la estructura original del texto.

1. Conozca la condición de su equipo:

a. Esté al tanto de la situación de las personas bajo usted tanto como de la situación del trabajo.
b. Conozca a los miembros de su equipo, uno a uno, individualmente.
c. Relaciónese con las personas de una manera regular.
d. Mantenga sus ojos y oídos abiertos, pregunte y haga un seguimiento.

2. Descubra el estado de los miembros de su equipo:

a. Su elección de integrantes puede hacer que el manejo del equipo sea más fácil o resulte más difícil.
b. Empiece con personas sanas, o va a heredar los problemas de otros.
c. Conozca el HCAPE de su gente, para asegurarse de que están en el equipo correcto.
i. Habilidades.
ii. Corazón.
iii. Actitud.
iv. Personalidad.
v. Experiencias.

3. Ayude a los miembros de su equipo a identificarse con usted:

a. Edifique la confianza con sus seguidores siendo un modelo de autenticidad, integridad y compasión.
b. Establezca niveles altos de actuación.
c. Comunique continuamente sus valores y sentido de misión.
d. Defina la causa para sus seguidores y dígales dónde encajan ellos.
e. Recuerde que el buen liderazgo no es sólo profesional, sino también personal.

4. Haga que su lugar de trabajo sea seguro:

a. Mantenga a sus compañeros de trabajo bien informados.
b. Haga sentir que todas las posiciones son importantes.
c. Saque del equipo a los instigadores crónicos.
d. Traslade regularmente a nuevos desafíos.
e. Reafirme a los miembros de su equipo manteniéndose visible.
f. No dé oportunidad ni tiempo para que se enconen los problemas.

5. La línea de dirección:

a. Sepa a dónde va, póngase al frente y mantenga a su equipo en movimiento.
b. Cuando dirija, use la persuasión en lugar de la coacción.
c. Dé a su gente libertad de movimiento, pero asegúrese de que saben bien dónde comienza la cerca. ¡No confunda límites con frenos!
d. Cuando sus supervisados se metan en problemas, ayúdelos a salir de ellos.
e. Recuerde a su gente que el fallar no es algo fatal.

6. El proceso de la corrección:

a. Proteger: Esté dispuesto a levantarse y luchar por los miembros de su equipo.
b. Corregir: Enfoque la disciplina como una oportunidad para enseñar.
c. Inspeccione: Pregunte regularmente acerca del progreso de su gente.

7. El corazón del líder:

a. El liderazgo de calidad es un estilo de vida, no una técnica.
b. Cada día tiene que decidir quién va a pagar pos su liderazgo: usted o su gente.
c. La mayoría de nosotros tiene corazón para su equipo.

Religión y Política: el miedo no es buen elector


El próximo 30 de mayo de 2010 los colombianos iremos a las urnas para elegir al primer mandatario para el período 2010-2014. En medio del debate ha resurgido el tema de la relación entre la Política y la Religión. Con cierta fuerza, han circulado argumentos como "Antanas es ateo", "Antanas no cree en Dios", "van a perseguir a la Iglesia, elijamos bien", "se va a aprobar el aborto", "se legalizará el matrimonio gay". El fin último de estas expresiones es decir que, para un país mayoritariamente católico, lo "normal" sería elegir a un Presidente que crea en Dios; otra alternativa generaría miedo y espanto. Es una versión "sublime" de la estrategia del miedo que pretende asustar a los creyentes para que definan su voto por una opción más "santa".

Hasta los demonios creen ¡y tiemblan!

La pregunta simple es: ¿No es eso, mandatarios que creen en Dios, lo que hemos tenido siempre? ¿Alguien se ha reclamado abiertamente ateo y adversario a la profesión de una fe?

Si la Violencia, así con mayúscula, ha sido una marca de nuestra historia, ¿alguien se ha preguntado por qué los mandatarios que creen en Dios no han puesto en vigencia el imperativo no matarás? Simplemente porque no depende de ellos; la dinámica social no es el reflejo de la ética presidencial, aunque el Presidente sea o deba ser un referente fundamental de respeto por la vida.

Si la Corrupción, así con mayúscula, es la marca generalizada de la forma de hacer política, ¿alguien se ha preguntado por qué los mandatarios católicos no han puesto en vigencia el imperativo no robarás? Simplemente porque no depende totalmente de ellos; la dinámica gubernamental no es el reflejo de la ética presidencial, aunque el Presidente sea un referente fundamental para el manejo transparente de los recursos públicos.

Esto en cuanto a las prácticas de matar y robar. ¿Y frente al aborto? ¿Y frente al matrimonio entre parejas del mismo género? Debemos reconocer que estos dos últimos temas nos alarman más que los dos primeros. Como si tuviéramos una nueva clasificación de "pecados veniales y pecados capitales".

El aborto, por ejemplo, ha ganado terreno social gracias al desarrollo de Derechos por la vía jurídica y constitucional; a pesar de que desde la Presidencia se envíen mensajes como "jóvenes, aplacen el gustico", cada vez es mayor el número de embarazos en adolescentes. De otra parte, la Corte Constitucional ha legislado en favor de la práctica del aborto en los casos en que peligre la vida de la madre, cuando se compruebe malformación del feto y cuando sea fruto de violación, insesto o de procedimientos no consentidos por la madre, como la inseminación artificial o la transferencia de óvulos.

En cuanto a uniones de parejas del mismo género, la Ley 54 de 1990 y la Sentencia C-811 de 3 de octubre de 2007 de la Corte Constitucional les extienden los derechos patrimoniales de los matrimonios entre un hombre y una mujer.

Espiritualidad religiosa y vida social

¿Podrá la homofobia ser una expresión del amor cristiano? ¿Condenar al ladrón es nuestra misión? Creo que no, si llevamos a la práctica el amor por el prójimo, independientemente de que sus opciones de vida coincidan con las nuestras. En otras palabras, si amamos a las personas, aunque no aceptemos lo que hacen...

No estamos frente a un Estado confesional gobernado por líderes religiosos. Estamos en un Estado laico, con una clara vocación de respeto por la separación entre el Estado y la Iglesia, sano principio que ha marcado a las sociedades y culturas más democráticas.

Afirmaciones como la que se hace Juan Paz el domingo 16 de mayo son fruto de la idea según al cual los gobernantes se deben a las iglesias. Dice la columna periodística: "Personajes importantes de la ciudad, quienes asistieron a la posesión de monseñor Ricardo Tobón como arzobispo de Medellín, comentaron con extrañeza la notoria ausencia del alcalde Alonso Salazar…" A esa unidad "natural" estaban acostumbrados los expertos en el protocolo social y gubernamental desde el contexto católico. Desde esa mirada tradicional, al lado del gobernante siempre estaba presente el cura.

Los evangélicos, en cambio, tradicionalmente vimos la política como uno de los santuarios satánicos más grandes. Visión exagerada, no excenta de cierta lógica.

En ocasiones, en nombre de una sana espiritualidad, alejamos nuestra vida del efectivo amor al prójimo. El teólogo bautista Harold Segura, afirma que a los evagélicos latinoamericanos "se nos transmitió la vida en el Espíritu como sinónimo de intimidad individual con Dios y como cultivo de una vida piadosa, pero sin mucha o ninguna conexión con los compromisos a favor de la paz, la justicia y la solidaridad", compromisos que implican salir de la seguridad en nuestras cuatro paredes para tocarnos con otros en la construcción de alternativas políticas, sociales y culturales.

¿Podrá la figura presidencial oponerse al desarrollo constitucional de Derechos? Creo que no, si se trata de una Democracia con un sano equilibrio de poderes. Tal vez ocurra en una dictadura; Colombia ha estado a punto de bajar a esta condición pero, gracias a Dios, el Derecho se ha impuesto.

¿Podrá la figura sacerdotal oponerse al desarrollo constitucional de Derechos? Creo que no, aunque se trate de derechos abiertamente contrarios a los principios bíblicos y cristianos. El mensaje evangelístico puede tocar el corazón del ciudadano y del gobernante, pero no imponerse en la institucionalidad pública, a menos que se desee construir una dictadura religiosa. El amor seduce, no se impone. Las cruzadas católicas y el régimen Taliban, por ejemplo, muestran lo que significa imponer una doctrina religiosa como régimen político, por vías que contradicen lo que se pregona.

Finalmente, frente a la idea que ronda, según la cual el Cristianismo se asimila con las posturas más conservadoras y que para nada se asocia con las ideas progresistas, valga decir que, históricamente, los grandes desarrollos sociales han caminado de la mano de opciones claramente alineadas con principios bíblicos y cristocéntricos, muchas veces, a pesar de los propios dirigentes políticos que los enarbolan. El Sacerdote Horacio Martínez Herrera expone claramente el asunto en su libro "El compromiso social del cristiano", editado por la Pontificia Universidad Javeriana en el 2005.

Vuelvo al tema electoral:

Por la vía de la construcción de una ética civil, Antanas Mockus y Sergio Fajardo han llegado a dos planteamientos clave: toda vida es sagrada, y los dineros públicos son sagrados. Estas afirmaciones no son más que versiones académicas de No matar y No robar. Ellos lo han testimoniado con su ejercicio en las alcaldías de Bogotá y Medellín. Mientras, otros candidatos son señalados de mentir, matar o, por lo menos, tolerar el asesinato, robar y, por esa vía, hacer del ejercicio del poder un objeto de idolatría y no un mecanismo para el servicio.

Mockus y Fajardo no están predicando el Evangelio; están en campaña electoral. Y en ese proceso están enarbolando ideas que superan la vieja dicotomía Derecha-Izquierda, caldo de cultivo de históricas confrontaciones a muerte. Están hablando de poner la marca de la decencia en el ejercicio del poder político.

Como cristiano, veo en esta fórmula una opción de interés para quienes trabajamos por la justicia y la dignidad humana. Los rasgos fundamentales de esta propuesta los sintetizo, entonces, con mayúsculas: la Honestidad, la Defensa de la Vida, el Servicio y la Reconciliación.

Veremos qué sucede. Estamos eligiendo Presidente de la República y no Diáconos ni Líderes para las Iglesias. La experiencia colombiana y latinoamericana ha mostrado que la sola pertenencia a una iglesia o credo no es suficiente garantía de idoneidad, pulcritud y eficacia. Yo espero que la llave Mockus - Fajardo gane y estoy haciendo lo que está a mi alcance para lograrlo. Y espero que mis hermanos y amigos vayan a las urnas con libertad y conciencia a votar por la fórmula que más satisfaga sus sueños y esperanzas. El miedo no es buen elector.

6/03/2009

Pautas para el servicio

¡Qué difícil es mantener la coherencia entre nuestras convicciones y las prácticas cotidianas que las reflejan o las desvitúan! Apoyado en un texto del profesor Vernon Mortenson, que me envió mi amigo Hugo Echeverri de Principios Financieros Crown, reflexiono y trato leer mis prácticas según estas recomendaciones.

Nos recomienda Mortenson vivir confiados en nosotros mismos, pero sin autosuficiencia, pues necesitamos de otros.

Ser enérgicos, pero no egoístas; a ser firmes, pero no empecinados; a ser discretos, pero no tímidos. Serios, pero no hoscos. Leales, pero no sectarios. Inmutables, pero no estacionarios. Suaves, pero no hipersensibles. Compasivos, pero no alcalhuetes. Concienzudos, pero no perfeccionistas. Disciplinados, pero no inflexibles. Generosos, pero no crédulos. Mansos, pero no débiles.

Mortenson nos invita, también, a vivir con buen humor, pero, ojalá, sin bullicio; a ser amigables, pero no frescos e irrespetuosos; a mantener una vida decente, pero sin santurronería; a tener discernimiento, evitando ser jueces de otros; a ser progresistas, pero no pretenciosos.

Esta madrugada, en mi reflexión matinal, me encuentro con estas pautas útiles para vivir el servicio y para guiarme en el día a día de mis relaciones personales, profesionales y laborales. Por eso las comparto.

Buen día.

Contribuciones del Movimiento Comunal al Desarrollo Social

El Subsecretario de Organización y Participación Ciudadana de Medellín, Miguel Ángel Restrepo Brand, ha lanzado una pregunta provocadora: ¿Por qué y cómo la organización comunal y social es protagonista del desarrollo en Colombia?

En el fondo de esta pregunta puede estar una gran inquietud por la validez misma de las organizaciones comunales y sociales como actores del desarrollo, en un período en el que los mesianismos carismáticos han revivido en el escenario nacional con un gran respaldo social y político. En la cima de esta postura benefactora está el propio Presidente Uribe quien recorre el país solucionando problemas y dictando órdenes de trabajo a los gobiernos locales, en detrimento del papel de los alcaldes (suplantados por el Presidente) y de las mismas organizaciones comunales (limitadas a esperar que el benefactor llegue a sus predios para pedirle a través de sus líderes).

Una conquista política de la Constitución del 91 fue, precisamente, diseñar mecanismos para cerrar el paso a los cacicazgos, al clientelismo, a la dependencia de las comunidades del favor del parlamentario; para ello, la Carta proveyó múltiples escenarios de participación que, de alguna manera, siguen carentes de ciudadanía activa. En este sentido, es necesario preguntarse por el significado del trabajo que, desde el Estado, puede adelantarse por el fortalecimiento de las organizaciones, con una perspectiva democrática que amplíe los espacios y los llene con hombres y mujeres comprometidos con la transformación de la realidad social y económica de sus comunidades y con el fortalecimiento de un proyecto transformador del Estado y de las costumbres políticas.

Tal vez por esa razón, detrás de la pregunta palpita un afán por recuperar el lugar de la ciudadanía organizada en la gestión del desarrollo y en la consolidación de la democracia. Y digo recuperar, pues, una mirada retrospectiva sobre el movimiento comunal y de las juntas de acción comunal en particular, puede ofrecer pautas sobre la realidad de ese sector social y político y sobre las pautas para un trabajo efectivo desde la institucionalidad político-administrativa local, encaminado a su fortalecimiento y a la construcción de un vínculo despojado de los vicios que se han tratado de superar en los últimos años, cuando la palabra “transformación” ha sido el norte del proyecto político que gobierna a Medellín.

Con ese ánimo, en el contexto de lo que se ha empezado a conocer como el Modelo Medellín de Buen Gobierno y Desarrollo Social Integral, considero pertinente lanzar algunas pinceladas desde mi condición de Coordinador del Convenio Interadministrativo suscrito entre el Municipio de Medellín y la Universidad de Antioquia para el Fortalecimiento de las Organizaciones Comunales de Medellín. Estamos hablando, entonces, desde la necesidad de mirar la intervención específica para una gestión pública democrática del desarrollo en la que tengan un lugar estas organizaciones.

Mi relativa distancia de la historia del movimiento comunal la trato de subsanar por dos vías: el contacto con las organizaciones y sus líderes y la lectura detallada de textos escritos por los mismos agentes comunales; en este caso, he tomado como referencia el texto El movimiento comunal en Colombia[1], escrito por John Jairo Llano Cano, líder de la Comuna 16, quien analiza el movimiento comunal durante el período 1991-2002; esto es, entre la promulgación de la Constitución Política y la expedición de la Ley 743, un período que me parece interesante y clave pues abarca más de una década del nuevo ordenamiento político de Colombia y nos ubica, exactamente, en el momento previo al inicio de la administración de Sergio Fajardo en la ciudad de Medellín, reconocido como el impulsor de una nueva forma de gestionar lo público, cuyas bases se están profundizando en la actual administración de Alonso Salazar.

Con ambas administraciones comparto el proyecto político fundamental, dirigido a fortalecer buenas prácticas de gobierno y a promover un desarrollo social integral, aspectos en los que hemos podido participar desde diferentes escenarios, transitando un camino de transformación de casi tres décadas, desde el movimiento estudiantil, el escenario de las organizaciones sociales y políticas, y desde las calles de esta ciudad que nos acoge.

En el siguiente esquema retomo unos aspectos clave del movimiento comunal (primera propisición) y planteo unas razones para intervenirlos, bien desde el mismo movimiento o, bien, desde una estrategia de fortalecimiento promovida desde la institucionalidad. La estructura del argumento trata de responder a las dos partes de la pregunta del Subsecretario Restrepo Brand: ¿Por qué y cómo —en ese orden— la organización comunal y social es protagonista del desarrollo en Colombia?

En la primera proposición (un intento de respuesta al por qué), se da cuenta del aspecto particular del movimiento o de la organización comunal. En la segunda proposición, planteo la importancia de ese aspecto por la vía de afirmar lo positivo y, en algunos casos, de señalar lo que podría definirse como negativo. Trato de plantear así una proposición del tipo porque está así… entonces es necesario… Así abordo el cómo, con un tono donde predomina el deber ser o lo que se está experimentado como señales esperanzadoras o signos de renovación.

Porque
La acción comunal es una expresión social organizada, autónoma y solidaria de la sociedad civil, cuyo propósito es promover un desarrollo integral, sostenible y sustentable, construido a partir del ejercicio de la democracia…

Entonces
Es válido fomentar este movimiento, mientras sea fiel a los principios democráticos que la sustentan. El déficit de ciudadanía que identifican muchos dirigentes sociales y políticos y que se concreta en la ausencia de actores sociales sólidos, tiene un referente distinto en la Acción Comunal, a pesar de los vicios que se puedan evidenciar allí.

Porque
Es un movimiento que está organizado en todo el país, y se coordina desde el nivel local al nacional

Entonces
Vale la pena contar con un actor como la acción comunal, pues es un potencial para el diseño y la ejecución de iniciativas de desarrollo con participación ciudadana, desde los ámbitos local, regional y nacional.

Porque
Es un semillero de dirigentes sociales, quienes actuando como dignatarios de un organismo de Acción Comunal, desempeñan cargos de dirección, administración, vigilancia, conciliación y representación.

Entonces
Se cuenta con ciudadanos formados para el servicio y la conducción de las comunidades. Es necesario asumir la Acción Comunal como una escuela de liderazgo social y político.

Porque
Se organiza para atender problemas concretos y organizar a las comunidades en torno de intereses específicos. Porque convoca ciudadanos, diagnostica problemas, planea y ejecuta acciones…

Entonces
Deben fomentarse acciones mucho más colectivas; ampliarse las Comisiones de Trabajo, como los órganos encargados de ejecutar los planes, programas y proyectos que define la comunidad.
Deben consolidarse las Juntas de Vivienda Comunitaria que, además de ser semilleros de Juntas de Acción Comunal, atienden uno de los problemas clave en política social: el déficit habitacional.

Porque
Delibera con procedimientos estatutarios, define con mecanismos democráticos y da cuenta ante el Estado por sus actuaciones.

Entonces
Es necesario mantener escenarios de pugna democrática, en los que se acojan las decisiones mayoritarias. El país requiere más espacios de deliberación y conciliación, y de procedimientos cada vez más democráticos, superando las leguleyadas y las violencias… con un espíritu participativo y generoso, más atento a facilitar que a estancar procesos.

Porque
El fin último de la organización comunal es el desarrollo de la comunidad, entendido como el conjunto de procesos económicos, políticos, culturales y sociales, que integran los esfuerzos de la población, sus organizaciones y del Estado, para mejorar la calidad de vida de las comunidades.

Entonces
Su norte es un proyecto político que implica convocatoria a la solidaridad de la comunidad y gestión ante el Estado… Es pertinente fomentar este doble trabajo, sin temerle a la acción política, pero asumiendo la política como el ejercicio de derechos, no como el pago de favores personales.

Porque
Las juntas de acción comunal son organizaciones cívicas y comunitarias de gestión social, sin ánimo de lucro, de naturaleza solidaria, integradas voluntariamente por los residentes de un lugar que aúnan esfuerzos y recursos para procurar un desarrollo integral, sostenible y sustentable con fundamento en el ejercicio de la democracia participativa.

Entonces
Es necesario depurarlas de la injerencia politiquera y oportunista, y fortalecerlas, con nuevas iniciativas que eviten la reproducción de vicios copiados de los movimientos políticos y las proyecten como movimiento social con presencia local, regional y nacional.

Porque
Las organizaciones comunales poseen y manejan bienes económicos y tienen iniciativas productivas.

Entonces
Es válido fortalecer su tránsito de entidades sin ánimo de lucro a actores vitales del sector de la Economía Solidaria, sobre todo cuando las crisis del capitalismo desafían la formulación de nuevas formas de solidaridad y distribución de la riqueza.

Porque
Son una expresión organizada de la comunidad, con amplia trayectoria histórica (más de medio siglo en Colombia) las organizaciones comunales tienden a vivir un liderazgo aislado, en tanto suponen que están por encima de otras formas organizativas…

Entonces
Es vital generar estrategias de fortalecimiento interno sin dejar de abrir canales de relación para establecer diálogos e interacción con otros actores sociales. Una vía para lograr tal fin estaría en la apertura a nuevos liderazgos, entre los que se cuente con jóvenes, mujeres y activistas de diferentes movimientos sociales.

Estas reflexiones, que deberán ser alimentadas con los resultados de la intervención realizada desde el 2005 en esta dirección, tal vez permitan bosquejar unas pautas de las que podrían ser las líneas generales de una política pública para el fortalecimiento de las organizaciones comunales y sociales.

La transformación toca a las organizaciones comunales. El buen vino de la transformación política y administrativa de la ciudad de Medellín en los últimos años no puede servirse en las viejas copas del clientelismo y la corrupción. Nótese que la noción de transformación implica cambio, no necesariamente abolición, aunque en un proceso de transformación muchos desaparecen.
En este sentido, fortalecer y transformar el movimiento comunal y la organización comunal es un proceso que pasa por re-visarlos y por revisarlos.

Sí; re-visar, es decir, volver a visar, reconocer el lugar de la acción comunal, como actor social que se basa en la acción común, en la actuación conjunta; sin duda, es un actor necesario en la consolidación de un proyecto de sociedad participativa y co-responsable en la construcción del desarrollo, este re-visado es responsabilidad del conjunto de la sociedad política que mira a la Acción Comunal por los vicios que hoy tiene y no por el potencial que representa.

Será necesario, también, re-visar su norte, redirigir la mira hacia una identidad más ligada a su consolidación como actores del desarrollo que a su condición de instrumentos de la politiquería; esta re-visión le corresponde al propio movimiento comunal que, de manera autocrítica y seria, mire hacia dónde camina y hacia dónde desea caminar; tal vez descubra que está caminando en dirección diferente de la que recorren las comunidades y, tal vez por ello, no convoca al grueso del tejido social.

Y, sobre todo, será necesario revisar la organización comunal, examinarla con atención y cuidado; pasarla frecuentemente por un examen para detectar si su estructura y sus dinámicas se ajustan a los nuevos vientos del ejercicio de la ciudadanía para corregir rumbos si es el caso; o para constatar su funcionamiento y validez como estructura amplia, participativa, democrática, pluralista, conforme a la dinámica social y ajustada a la normativa. Esa revisión está en manos de la institucionalidad, desde las acciones de vigilancia, inspección y control y desde la necesidad de acompañar las organizaciones comunales para su fortalecimiento; pero está también en sus instancias fiscalizadoras y, principalmente, en la ciudadanía representada por estas organizaciones que deberá pasar de la mendicidad al ejercicio y a la exigencia de los derechos.


[1] El movimiento comunal en Colombia. 1991-2002. John Jairo Llano Cano. Tomado de http://www.monografias.com/trabajos39/movimiento-comunal/movimiento-comunal.shtml. Consultado en marzo 30 de 2009.

3/11/2009

Media Colombia la hicieron sus manos.

"Media Colombia la hicieron sus manos". Esta frase, sencilla y contundente, retrata el papel de las Juntas de Acción Comunal durante más de medio siglo en Colombia. La dijo Geovanny Celis Rangel, Secretario saliente de Desarrollo Social del Municipio de Medellín, el lunes 9 de marzo en el Teatro Lido. Se presentaba allí un balance del trabajo conjunto de estas organizaciones con la Administración Municipal durante el 2008 y a mí me correspondió presentar la visión y estrategia para el 2009.

Estas palabras resignificaron mi presencia en este evento. Muy joven, iniciando la década del 80, intenté trabajar en una Acción Comunal, en el sector de Las Estancias, arriba en Caicedo, en el centro occidente de Medellín. Mi familia toda había llegado allí a colonizar un pedazo de tierra en la prometedora capital. A lado y lado de la quebrada Santa Elena, junto con nuestros vecinos, agarrábamos un terruño y llenábamos de sentido muestra existencia. Una comunidad alegre, trabajadora y, sin duda, pacífica. Muchos del oriente antioqueño, con un pedazo de pueblo al hombro, pisaron esas lomas y se multiplicaron hasta por ocho, como Daniel y Consuelo, mis padres.

De manera dulzona y tranquila pasó mi adolescencia. Un deseo de trabajar se apoderó de mí y me llevó a hablar con los amigos de cosas raras para una gallada que pasaba los días entre bailes frenéticos y amores profundos; entre goles domingueros y tangos sabatinos; entre salsa fierruda y trabajo duro; entre sueños y realidades. Me hacía falta trabajar en loos asuntos de todos: una cancha, una biblioteca, tal vez un teatro...

La indiferencia de muchos de mis amigos a estos asuntos me llevó a otro grupo de muchachos y muchachas con la vida puesta en el servicio. Muchachos de parroquia, de reunión, de grafiti, con poco ritmo y mucha energía. Nos acercamos a ese grupo de hombres y mujeres que se reunían en Las Mirlas, en los Caunces, en Villa Liliam, en Las Estancias, en San Antonio… en un libro refundido en alguna parte debe aparecer mi nombre, camuflado entre actas, proyectos y planes inconclusos… los reglamentos, los radios de acción...

Fue fugaz mi paso por este grupo, pero suficiente para conocer la realidad de las palabras de Celis. Muchas calles, sedes, templos y obras públicas tienen el sello de este contingente de hombres y mujeres que se llama, a secas, la acción comunal.

¡Que nombre! Acción Comunal... es todo un proyecto de vida, de ciudad... es una invitación al trabajo mancomunado para mejorar la vida de muchos... Un espacio de participación que se desdibujó por muchos años... pero que viene en un despertar paralelo al de la ciudad de Medellín. Los manejos privados de lo que es público, la poca democracia interna, los modelos clientelistas de trabajo, y muchos de los esquemas que entonces me alejaron de allí en aquellos años, están dando paso a una nueva generación de Juntas de Acción Comunal. Se trabaja muy duro para acabar con esos vicios y proyectar a las JAC como actores decisivos de la institucionalidad democrática de nuestra ciudad. Trabajando con la fuerza de los argumentos y de los intereses colectivos. Integrando decisivamente a las mujeres y a la juventud.

Estos hombres y mujeres sentados conmigo en el Teatro Lido, en esta tarde fría del 9 de marzo de 2009, tienen una razón suficientemente fuerte para mirar con esperanza el futuro: media Colombia está hecha con sus manos. Un gran desafío para quien estará con ellos como coordinador del proceso de fortalecimiento de las organizaciones comunales de Medellín: profundizar la participación democrática en una ciudad que pasa del miedo a la esperanza.

Tal vez sea esta la media Colombia que nos falta construir... necesitamos acompañar las obras de infraestructura con obras de reconciliación y convivencia... tender puentes entre barrios, sí; pero, sobre todo, tender puentes entre las personas que estamos construyendo la convivencia en Medellín. Esa nueva forma de convivencia sin violencia que se gesta en Medellín, ciudad liderada hoy por el Alcalde Alonso Salazar, quien se empeña en avanzar, contra vientos muy fuertes, de la esperanza a la confianza.

2/06/2009

Liberaciones, política y psiquiatría…

Las declaraciones de los dirigentes políticos liberados, para muchos, son expresión de locura o, por lo menos, evidenciarían cierto alejamiento de la realidad... La locura no es hablar sin ton ni son –eso lo hacemos todos, todos los días–, sino la culpable incapacidad de revocatoria… quien no rectifica, quien permanece aferrado a los inamovibles, es quien demanda, necesita, los protocolos psiquiátricos.


En los primeros días de febrero fueron liberados seis colombianos: tres policías, un soldado y dos políticos. Los miembros de la fuerza pública, a su regreso, saludaron de lejos, hablaron bajito y, a las pocas horas, compartían con el Presidente Álvaro Uribe Vélez en la Casa de Nariño. A la fecha, salvo una leve mención a las entrevistas realizadas por el periodista Hollman Morris, poco han manifestado para que los colombianos entendamos su vivencia del secuestro.

Son hombres de cuartel. Sirven desde las estructuras disciplinadas de la fuerza pública.

Con pocas horas de diferencia, llegaron las imágenes de la liberación del ex gobernador de El Meta Alan Jara y del ex diputado del Valle Sigifredo López. La alegría de sus familias, las expresiones de gozo en los rostros de todos están frescas en nuestra memoria. Antes de llegar a sus casas, ambos hablaron en plazas públicas y ofrecieron extensas ruedas de prensa en las que detallaron su experiencia sobre el secuestro, hicieron gala de buen humor, plantearon con claridad sus puntos de vista en los medios de comunicación, plantearon su valoración del conflicto y propusieron salidas políticas. Al presidente Álvaro Uribe le reconocieron las virtudes de su política de Seguridad Democrática, pero también le señalaron las que consideran sus falencias. Con franqueza y respeto.

Son hombres de plaza pública. Sirven en la agitación de ideas desde las filas plurales de la política.

En medio de esta efervescencia, se planteó la necesidad de establecer un protocolo para la entrada de los liberados en la escena pública, protocolo en el que el principal componente sería una valoración psiquiátrica. Según los promotores de esta iniciativa (psiquiatras, amas de casa, jóvenes de ambos sexos, periodistas) la emoción de la libertad, el impacto del regreso y la supuesta identidad ideológica y afectiva con sus captores (Síndrome de Estocolmo) no garantizarían la expresión de un juicio ecuánime, dado que la realidad del secuestro los habría alejado de la realidad nacional. Se cree y se afirma que, aunque son políticos, quienes han estado en las entrañas de la selva en manos de los grupos armados no están facultados para hablar con meridiana claridad sobre la vida nacional. Se equivocan de cabo a rabo quienes piensan así.

Ellos, Jara y López, más que nadie, pueden hablar de la seguridad democrática, el conflicto y las alternativas de solución. Tuvieron la condición de botín de guerra durante más tiempo del necesario para cursar un posgrado, y se asomaron al país, como los demás colombianos, amarrados a un radio; pero, a diferencia de los policías y militares, a diferencia de nosotros como ciudadanos, sus intereses políticos se consolidaron durante su cautiverio oyendo, pensando y escribiendo.

Alan Jara y Sigifredo López no dejaron a un lado su condición de dirigentes sociales y políticos; saben que tienen seguidores, conocen el Estado y no han abandonado su aspiración de conducirlo. Durante el cautiverio leyeron su tragedia con los ojos del político y, ahora, en sus ambientes y con circunstancias propicias, ambos saben que, más que nunca, están catapultados en lo suyo.
Cuatro miembros de la fuerza pública que regresan a sus instituciones a hacer lo suyo no necesitan un tratamiento psiquiátrico. Dos políticos que se ponen en escena inmediatamente termina su tragedia del secuestro no necesitan un tratamiento psiquiátrico.

Tal vez sea necesario que quienes proponen este protocolo psiquiátrico recuerden a Luis Di Giacomo, psiquiatra y dirigente político argentino, para quien psiquiatría y política, juntas, expresan mucho poder: “Si como expresión de poder hablamos de definir determinados parámetros para el conjunto, está lo que dijo Foucault. Sostuvo que los psiquiatras y los políticos son algo así como los custodios del orden establecido. Una prerrogativa no tanto siniestra sino inquietante. Puede ser inquietante el acto, muy singular por cierto, de definir qué es la normalidad y qué la locura, o detentar la posibilidad de dictar la ley... dictar parámetros funcionales al orden”.

En un inteligente juego verbal, Horacio González, Director de la Biblioteca Nacional Argentina, recuerda que la locura siempre ha sido un tema de debate político y que la política es un tema ante el que suele pronunciarse la palabra locura. Afirma que “a veces podría pensarse que existe la política para poder definir qué es la locura”.

Las declaraciones de los dirigentes políticos liberados, para muchos, son expresión de locura o, por lo menos, evidenciarían cierto alejamiento de la realidad. González liga locura con la incapacidad de corrección: “la palabra (locura) escapa al campo de las psiquiatrías o los estudios de la mente para alojarse en un sentido genérico, que es el modo en que el lenguaje se destruye y perdería su sentido vital. Sin embargo, aun si no se dice nada que posea un significado claro, no por eso estamos locos. “No estamos locos” cuando damos la garantía de que, aun en el enredo de las palabras, no perdimos ni el poder de rectificación ni la cuerda de ironía que permite “retirar todo lo dicho”. La locura no es hablar sin ton ni son –eso lo hacemos todos, todos los días–, sino la culpable incapacidad de revocatoria. La locura es no tener memoria de lo ya hablado, es decir, la pérdida de la facultad de autorreflexión. La capacidad de revocar es una cuerda inherente al habla, un sentimiento que debemos sentir en todos los tratos que emprendemos mediante el lenguaje. Es la garantía de que no hay locura”.

Quien no rectifica, quien permanece aferrado a los inamovibles, es quien demanda, necesita, los protocolos psiquiátricos.
Léelo en el periódico El Colombiano:

2/05/2009

Los Tiburones a veces tienen pesadillas


Gracias a una invitación del joven escritor Daniel Ríos, y gracias a mi corta experiencia como docente universitario e investigador en procesos de Lectura y Escritura en la Educación Superior, tuve el gusto de asesorar a este nuevo talento, quien ganó una convocatoria pública de la Alcaldía de Medellín por intermedio de la Secretaría de Cultura Ciudadana, en el año 2008.

Mi acompañamiento, que se prolongó durante casi un semestre académico, consistió en leer detenidamente los relatos del joven, reflexionar sobre el proceso creativo, plantear alternativas narrativas, sugerir asuntos formales y estimular el ejercicio metódico de la escritura. Todo ello, en un ambiente de camaradería y amabilidad, muy difícil de conseguir cuando las barreras de edad aparecen y cuando, a pesar de haber compartido los predios de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Medellín, no fui nunca su profesor. (Tal vez eso facilitó la empatía).

Durante el proceso Daniel mostró gran capacidad autocrítica, exhibió un espíritu enseñable, defendió sus obras y asumió con respeto y total autonomía las sugerencias que consideró pertinentes. Es un escritor con un gran potencial y sé que cada paso que dé en esta dirección lo madurará en el proceso de construir su identidad literaria.

El producto de este trabajo fue el libro Los Tiburones a veces tienen pesadillas, editado con los recursos que obtuvo como premio de la municipalidad. Es un libro en el que se dibujan los intereses literarios de Ríos, marcados por el impacto de la narrativa audiovisual en las nuevas generaciones de nuestro continente. Entre los relatos que reúne este libro recomiendo Una cometa, una excelente disculpa para retratar una familia de hoy, y Una mosca lo venía persiguiendo, relato lleno de imaginación y creatividad.

Entretenido y simple; directo y muy visual, a veces con lenguaje callejero, así es este libro cuya lectura es posible gracias a que los ejemplares llegan a muchos lectores desprevenidos que los encuentran en un parque, en una silla del metro, en lugares donde quienes los han leído, los "olvidan intencionalmente" por sugerencia y estrategia del autor.
Ir a Facebook

2/02/2009

Puntal de la democracia o apéndice de la politiquería: Reto para la organización comunal

Estamos a las puertas de cumplir el primer año de gestión de las directivas comunales elegidas para el período 2008-2011. Una de las apuestas clave para estos actores consiste en profundizar su proceso de transformación hacia instancias más democráticas, participativas, pluralistas y transparentes. En esta dirección, una de las principales tareas es erradicar las prácticas clientelistas, politiqueras y corruptas y articular la organización comunal con otras instancias estatales, de la empresa privada y del sector solidario, con universidades, ONG y gremios, entre otros actores.

La Dirección de asuntos políticos y electorales del Ministerio del Interior y de Justicia calcula en 45.000 las juntas de acción comunal del país. A ellas se suman cerca de 250 juntas de vivienda. Estas organizaciones cuentan con 800 asociaciones municipales, 28 Federaciones Departamentales y una Confederación Nacional Comunal. Son más de cuatro millones de afiliados. El 70 por ciento actúa en zonas rurales y semi rurales; el 30 por ciento tiene presencia en áreas urbanas, concentradas en barrios de estratos populares y medios. En Medellín son cerca de 450 organizaciones distribuidas en 16 comunas y 5 corregimientos; existen 19 asociaciones comunales y una federación municipal.

Se trata, en suma, de un gran capital social y político vital en la gestión democrática de lo público. Son hombres y mujeres que día a día se movilizan en los barrios y veredas de Colombia y de Medellín. En ocasiones, desconocidos y subestimados; en ocasiones, utilizados por la politiquería o mirados con desdén por tecnócratas; son, sin duda alguna, protagonistas en la construcción y consolidación de la democracia.

Un proyecto político democrático como el que hoy rige los destinos de Medellín debe reconocer la trayectoria cultural y el acumulado histórico de este movimiento social y, más que señalar sus vicios y males, apuntalar y proyectar el valor del trabajo asociativo y comunitario que representan. La abundante legislación relativa al movimiento comunal y la presencia de muy diferentes actores en su interior son evidencias de la pugna por controlar, cooptar, manipular, dirigir y vigilar las organizaciones comunales, en una puja que evidencia, también, la tensión entre las viejas formas de gestión pública y los vientos renovadores en la política.

Los apetitos electorales personalistas, el atraso político, el clientelismo, el protagonismo, el caudillismo, el populismo y las secuelas de corrupción son amenazas que aún se ciernen sobre estas organizaciones, tratan de desvirtuar sus fundamentos y torcer su papel como agentes del desarrollo y la democracia. Con todo, han estado vigentes durante medio siglo en un contexto supremamente adverso para los actores sociales y políticos autónomos; la marca política de los últimos cincuenta años está en un movimiento comunal diverso, plural; conflictivo, sí, pero, a la vez, unido en torno del trabajo asociativo, voluntario, constante, tal vez heroico, en medio de las difíciles circunstancias del país en los campos y en las ciudades (Luis Emiro Valencia. (Desde abajo. Edición 139. 16 de octubre de 2008).

Hoy es pertinente apostarle a la consolidación del movimiento comunal con proyectos que interpreten sus realidades. Consolidar las tendencias democráticas en su interior; promover programas y proyectos empresariales de economía solidaria; dar salida a las necesidades de desarrollo humano y social y fortalecer su interlocución con los gobiernos departamentales y municipales; son tareas que contribuirán a que las organizaciones comunales transiten hacia mayores niveles de madurez organizativa y política.

A partir de una lectura crítica del acumulado de medio siglo de existencia; retomando las pautas de los Congresos Nacionales Comunales, es necesario acompañar la transformación de un movimiento comunal ajustado a las circunstancias culturales y políticas de hoy; un movimiento democrático que consolide su visión de futuro y se fortalezca como agente autogestionario en el sector solidario. La organización comunitaria es fundamental para el logro de los objetivos colectivos y la defensa de los intereses ciudadanos. Es clave en la gestión de recursos y como expresión de la participación comunitaria. Es una organización que debe avanzar hacia mayores niveles de eficiencia en la gestión y en la interlocución con el Estado.

Fortalecer las organizaciones comunales con estrategias de capacitación, organización, autonomía, participación democrática y economía solidaria, permitirá su consolidación como actor social democrático que transita, cada vez con más decisión, de ser apéndice de la politiquería a constituirse en puntal de la democracia. Ello implica ampliar la afiliación de un gran número de ciudadanos, motivar la participación amplia en las comisiones de trabajo, en especial con jóvenes, hombres y mujeres profesionales que pongan al servicio comunitario sus conocimientos, su capacidad creativa y energía, en diálogo fructífero con los líderes históricos.

Medellín también es mía.

Dos nombres familiares para mí han rondado durante los últimos meses los medios de comunicación en Medellín: Alonso Salazar, Alcalde de Medellín, y alias “Job”, vocero de las desmovilizadas AUC, asesinado en oscuros hechos en un restaurante de la vía a Las Palmas.
Los nombres los traen a colación alias “Don Berna”, el ex alcalde Luis Pérez Gutiérrez; William López, alias “Memín”, desmovilizado judicializado hoy porque, al parecer, seguía delinquiendo, en contra del compromiso adquirido al momento de reintegrarse a la vida civil; y los trae también Giovany Marín, coordinador de la Corporación Democracia, organización que reúne al grueso de ex combatientes paramilitares.

Pérez, Memín y Marín se identifican en el propósito de señalar a Don Berna como pilar electoral de Salazar; Salazar lo niega y precisa que los mismos ex AUC lo reconocen a él como un fuerte crítico del proceso de desmovilización y que, por el contrario, el gran beneficiado en las zonas de fuerte presencia de los desmovilizados fue el ex alcalde Pérez Gutiérrez, quien concretó el cuestionado proceso de desmovilización.

Más que una opinión política sobre el asunto, me surgen recuerdos personales de mi infancia y mi juventud en el Barrio Caicedo. Allí conocí a “Job” quien, siendo muy niño, era testigo de la manera particular en que su padre, el carnicero Avelino, manejaba su negocio del chance. Lo vi crecer, soñar con la justicia social y fundar bibliotecas populares; lo vi casarse con Claudia y comulgar con arepa y chocolate; y lo vi ingresar a organizaciones políticas de izquierda. De lejos, me enteré de su periplo por un variado grupo de organizaciones al margen de la ley: según la prensa, estuvo en la guerrilla, cayó a la cárcel por delincuencia, ingresó al paramilitarismo, se desmovilizó, fue vocero político de los ex AUC. Supe que en algunas festividades se dedicaba a regalar billetes de 20 dólares en medio de bailes de barrio. Y todo el país fue testigo de la manera en que entró a la “Casa de Nari” y, después, de la manera en que murió asesinado en medio de una de las cosas que más le gustaban: comer carne en buena compañía.

En esas mismas calles, desde El Puente de La Toma hasta La Sierra, tuve el placer de estudiar y trabajar codo a codo con Alonso Salazar, hoy Alcalde de Medellín. Éramos compañeros de universidad comprometidos con una salida democrática para los grandes conflictos del país. Con un grupo de amigos nos atrevimos a votar cuando hacerlo era herejía para un estudiante de la Universidad de Antioquia; cuestionamos algunos procedimientos de los grupos de izquierda e intentamos un lenguaje pacífico y fresco para hacer política rechazando el uso de la fuerza. Con las dificultades que tal postura implicaba (los de izquierda te consideran de derecha y los de derecha te consideran de izquierda; y ni lo uno ni lo otro, sólo demócratas, tal vez ilusos, en medio de un espectro político polarizado) fundamos con otros 17 soñadores la Corporación Región. Lo vi recorrer esta ciudad, buscar respuestas a los problemas sociales, interesarse por la realidad de la juventud, escribir “No nacimos pa´semilla” (y comprar la edición pirata), escribir sobre las mujeres de la guerra, sobre Pablo Escobar y Luis Carlos Galán, concebir y presentar “Arriba mi Barrio”, trabajar con María Emma Mejía en la Consejería para Medellín y con Antanas Mokus en la Alcaldía de Bogotá. Seguí de lejos su fallida aspiración al Concejo a mediados de los años 90 (ya en 1988 se había pensado en ese escenario) y, con todo el país, fui testigo de cómo con Sergio Fajardo gestó y llevó a la alcaldía de Medellín un proyecto democrático que ha marcado nuevas pautas de acción política en Colombia y el continente.

A los dos, a Alonso y a “Job”, los encontré una tarde, cuando Salazar era Secretario de Gobierno de Sergio Fajardo. Los topé en el atrio de la parroquia del barrio Las Estancias. Estaban en una reunión con la comunidad y los recién desmovilizados miembros de las AUC en la Comuna Ocho. Las quejas comunitarias contra los desmovilizados eran graves y los compromisos del gobierno local con el proceso que heredó exigían grandes esfuerzos para garantizar la convivencia en esa Comuna y para intentar salvar un proceso que, con defectos estructurales graves, era necesario para Medellín. En esa breve reunión vi cómo, desde alternativas muy distintas, Alonso y “Job” buscaban salidas a esa guerra que había desangrado a Medellín. El modelo Fajardo funcionó con la diligente gestión de Salazar quien, a pesar de sus reparos, le imprimió la credibilidad necesaria con su estilo frentero y práctico, hecho reconocido por los propios desmovilizados.

Y yo estaba con los dos; inerme ante un poder y esperanzado en la consolidación de los esfuerzos institucionales por atraer hacia la civilidad toda la energía y capacidad que mujeres y hombres como Job estaban poniendo al servicio de otras causas. Me vi como espectador de una disputa por Medellín; como testigo de un pulso entre los poderes alternos y la institucionalidad legítima… ¿y dónde estaba el poder de esa comunidad sentada allí, en las bancas de la capilla? Porque Medellín también les pertenece… y Medellín también es mía.

Consolidándose el proyecto político liderado por Fajardo y Alonso, los hechos se revuelven, se habla de complot, se denigra del vivo y se escudan en el muerto, se revuelven los nombres, las fechas, los hechos, los propósitos, los dimes y diretes… los acuerdos, los desacuerdos y, para mí, los recuerdos.

Tal vez los amigos del difunto “Job” intenten perturbar el exitoso camino de Alonso; tal vez no lo van a dejar gobernar tranquilo para tratar de borrar esta refrescante experiencia de administración transparente e incluyente. Tal vez a muchos les cause dolor perder el control en una ciudad que se proyecta con decisión a vivir sin miedo. Tal vez quieran enlodar el nombre de Alonso. Pero con seguridad, en cada intento sólo harán brillar más la hoja de vida del ciudadano intachable que hoy gobierna a Medellín.

Mi compromiso cristiano me alienta a respaldar a las instituciones legítimas y, con ahínco, al amigo que desde los Tronquitos, en la U. de A., no ha hecho otra cosa que servir y trabajar por una sociedad en la que sean posibles los sueños de todos. Y me lleva, también, a confiar en que serán muchos los jóvenes comprometidos con la nueva realidad social y política de Medellín; serán muchos los que acogerán el imperativo de no matar y de no poner el amor al dinero como la razón de ser de su paso por esta vida.

Mi saludo y respaldo a Alonso y su familia; mi abrazo a Magnolia y a Carlos, esos viejos que, en las noches, elevan sus oraciones por su hijo, quien, para honrarlos como Dios manda, los exaltó el día de su posesión. Y para mi ciudad, todo mi esfuerzo, porque estoy convencido de que mi bienestar y el de mi familia, dependen del bienestar de Medellín. Porque Medellín, esta ciudad vital, también es mía.
Léelo en el periódico El Colombiano:

1/11/2009

¿Ser “Cristiano de primera” sin consentimiento y sin convicción?

En la mañana del 11 de enero leí con agrado la columna “Cristianos de segunda” (Calixto en El Colombiano. 11/01/09). En un estilo directo y sencillo, el autor expresa verdades trascendentales relacionadas con la identidad del cristiano y su compromiso individual y comunitario de llevar una vida digna de quien une este adjetivo a su nombre.

Según Calixto, para ser un cristiano de primera (o, mejor, para no ser un cristiano de segunda) luego del bautismo (acto al que un bebé es llevado por sus padres ante la comunidad de creyentes, presidida por el sacerdote), llega el consecuente reconocimiento como hijos de Dios y, a partir de allí, se requiere el inicio de la educación en la fe, para que se trate de algo más que un chapuzón. Aunque el autor no lo menciona, supongo que en esta formación doctrinal tendrán un papel fundamental los padres, la iglesia y las instituciones educativas.

Según he leído en los Evangelios, el proceso para hacerse un nuevo miembro de la comunidad de la fe empieza por reconocer a Jesús como Dios para tener el derecho de ser reconocido como Hijo de Dios (Juan 1:12). Continúa con ser formado en la fe (recibir una auténtica educación en la fe, según el autor, o hacerse discípulo, según el mandato de Jesucristo en Mateo 28:19) y, con pleno juicio, tomar la decisión y hacerla conocer de la comunidad en una manifestación pública ante la Iglesia en el ritual del bautismo (acto que implica la voluntad del individuo).

Me pregunto si en esta inversión del proceso pueda residir buena parte de la explicación para que muchos nos sintamos cristianos de segunda: somos llevados a la pila bautismal con muy buena intención de parte de nuestros padres pero sin ninguna convicción personal; así, nuestros piadosos padres cumplen con el rito bautismal (aunque tal vez los impulsa más la necesidad de ponernos un nombre que la de hacernos miembros de la comunidad de la fe). Además, aparte de la tradición, nuestros padres no tienen la manera de proporcionarnos una sólida formación en la fe y nuestros colegios cada vez están más secularizados (valdría la pena identificar qué permite que nuestras instituciones educativas puedan llamarse hoy “católicas”, cuál es su sello cristiano para merecer esa denominación).

Uno no puede ser “de primera” en algo a lo que ha sido llevado sin su consentimiento y en lo que subsiste por tradición, más que por convicción.

9/25/2008

Los gobernantes:modelos de legalidad

Cada vez es más frecuente confundir las páginas de información política en los diarios nacionales colombianos. Aparecen más dirigentes políticos y personajes de la administración civil en las páginas judiciales; y las secciones políticas están habitadas por personajes sacados de la más sórdida de las crónicas rojas. Sería interesante hacer un balance de cuántas noticias políticas han protagonizado los delincuentes y cuántas crónicas judiciales han protagonizado los dirigentes políticos.

Carteles y partidos se amalgaman. En los actos jurídicos y político-administrativos es cada vez más difusa la frontera entre los dirigentes de la sociedad y los enemigos de ella. Pareciera que éstos últimos actuaran con tanta tranquilidad porque ocupan los lugares de los primeros; los han suplantado, o se han mimetizado como tales. Con razón ante el ciudadano se va reafirmando la noción de que la política, el arte de dirigir a las sociedades hacia el logro de sus más nobles objetivos, está inevitablemente ligada a las peores expresiones de la codicia y la criminalidad.

Como ciudadano cristiano no puedo estar ausente, indiferente o neutral ante esta realidad. El compromiso con el desarrollo integral de nuestra sociedad exige considerar que el bienestar, la vida plena de todos los ciudadanos, es la meta que compartimos la sociedad civil y los gobernantes. Es un asunto que implica corresponsabilidad; es un ideal que compromete al ciudadano a respaldar a los gobernantes como cabezas visibles de la autoridad pública establecida en el país, y compromete al gobernante a ser modelo de convivencia y legalidad.

Los gobernantes están puestos en autoridad para fortalecer la convivencia mediante el imperio de la ley; están al servicio de Dios para el bien de la ciudadanía. Ostentan el respaldo social para actuar en justicia; sobre todo para proteger la vida y los bienes de los ciudadanos; para resguardar la vida de todas las amenazas que hoy se ciernen sobre ese derecho fundamental. Los cristianos no estamos, como los delincuentes, en la línea de los asesinos. No estamos para matar. Estamos para proclamar la vida plena y abundante como posibilidad de desarrollo individual y colectivo.

Los gobernantes están puestos en autoridad para garantizar los fines del Estado, mediante un manejo honesto de los recursos públicos. Cuando los ciudadanos pagamos impuestos, esperamos que esos recursos se dediquen al servicio de la comunidad, se manejen con transparencia, buscando eficiencia, economía y eficacia. Si se trata de los recursos públicos, es decir, de todos, esperamos que se protejan y se incorporen en proyectos solidarios que dignifiquen la vida. No estamos, como los delincuentes, en la línea de los ladrones. No estamos para robar. Estamos para dar con gozo aquello que hemos recibido, como posibilidad de forjar un presente y un futuro de solidaridad y de justicia.

Los gobernantes están puestos en autoridad para fortalecer la confianza pública. Hoy los colombianos estamos ante la necesidad de construir confianza y restablecer los lazos entre hombres y mujeres enfrentados por décadas interminables de violencia. Hoy, la reconciliación es impostergable y a los postulados de verdad, justicia y reparación que se aplican en Colombia, es necesario agregar actitudes de perdón, reconciliación y restauración. No estamos, como muchos, en la línea de la venganza; a quienes piden paredón, les sugerimos que apliquen perdón; a quienes aplican justicia, les pedimos ecuanimidad. No estamos para destruir; estamos para construir.

Ante las amenazas contra la vida, el robo de los recursos y la destrucción de la confianza, los gobernantes deben ser ejemplo de cooperación para sembrar en la comunidad una actitud de credibilidad y respeto hacia la legitimidad del Estado y sus representantes. Ello será posible si el interés público prevalece sobre los intereses particulares y si la gestión pública es honesta y transparente. Es loable que el gobierno nacional, departamental y local, rindan cuentas a la ciudadanía, como gesto de responsabilidad en el ejercicio de la autoridad delegada. Si queremos que Colombia, Antioquia y Medellín se transformen pacífica y positivamente, las autoridades están llamadas a ser ejemplo.

Los gobernantes están en el lugar más visible de la sociedad; desde allí irradian el modelo educativo principal de una ciudadanía responsable y comprometida con la justicia, la legalidad y el compromiso con la paz. Están llamados a ocupar las páginas que les corresponden en la historia del desarrollo social y a salir, lo más pronto posible, del álbum nefasto de la crónica roja.