2/02/2009

Medellín también es mía.

Dos nombres familiares para mí han rondado durante los últimos meses los medios de comunicación en Medellín: Alonso Salazar, Alcalde de Medellín, y alias “Job”, vocero de las desmovilizadas AUC, asesinado en oscuros hechos en un restaurante de la vía a Las Palmas.
Los nombres los traen a colación alias “Don Berna”, el ex alcalde Luis Pérez Gutiérrez; William López, alias “Memín”, desmovilizado judicializado hoy porque, al parecer, seguía delinquiendo, en contra del compromiso adquirido al momento de reintegrarse a la vida civil; y los trae también Giovany Marín, coordinador de la Corporación Democracia, organización que reúne al grueso de ex combatientes paramilitares.

Pérez, Memín y Marín se identifican en el propósito de señalar a Don Berna como pilar electoral de Salazar; Salazar lo niega y precisa que los mismos ex AUC lo reconocen a él como un fuerte crítico del proceso de desmovilización y que, por el contrario, el gran beneficiado en las zonas de fuerte presencia de los desmovilizados fue el ex alcalde Pérez Gutiérrez, quien concretó el cuestionado proceso de desmovilización.

Más que una opinión política sobre el asunto, me surgen recuerdos personales de mi infancia y mi juventud en el Barrio Caicedo. Allí conocí a “Job” quien, siendo muy niño, era testigo de la manera particular en que su padre, el carnicero Avelino, manejaba su negocio del chance. Lo vi crecer, soñar con la justicia social y fundar bibliotecas populares; lo vi casarse con Claudia y comulgar con arepa y chocolate; y lo vi ingresar a organizaciones políticas de izquierda. De lejos, me enteré de su periplo por un variado grupo de organizaciones al margen de la ley: según la prensa, estuvo en la guerrilla, cayó a la cárcel por delincuencia, ingresó al paramilitarismo, se desmovilizó, fue vocero político de los ex AUC. Supe que en algunas festividades se dedicaba a regalar billetes de 20 dólares en medio de bailes de barrio. Y todo el país fue testigo de la manera en que entró a la “Casa de Nari” y, después, de la manera en que murió asesinado en medio de una de las cosas que más le gustaban: comer carne en buena compañía.

En esas mismas calles, desde El Puente de La Toma hasta La Sierra, tuve el placer de estudiar y trabajar codo a codo con Alonso Salazar, hoy Alcalde de Medellín. Éramos compañeros de universidad comprometidos con una salida democrática para los grandes conflictos del país. Con un grupo de amigos nos atrevimos a votar cuando hacerlo era herejía para un estudiante de la Universidad de Antioquia; cuestionamos algunos procedimientos de los grupos de izquierda e intentamos un lenguaje pacífico y fresco para hacer política rechazando el uso de la fuerza. Con las dificultades que tal postura implicaba (los de izquierda te consideran de derecha y los de derecha te consideran de izquierda; y ni lo uno ni lo otro, sólo demócratas, tal vez ilusos, en medio de un espectro político polarizado) fundamos con otros 17 soñadores la Corporación Región. Lo vi recorrer esta ciudad, buscar respuestas a los problemas sociales, interesarse por la realidad de la juventud, escribir “No nacimos pa´semilla” (y comprar la edición pirata), escribir sobre las mujeres de la guerra, sobre Pablo Escobar y Luis Carlos Galán, concebir y presentar “Arriba mi Barrio”, trabajar con María Emma Mejía en la Consejería para Medellín y con Antanas Mokus en la Alcaldía de Bogotá. Seguí de lejos su fallida aspiración al Concejo a mediados de los años 90 (ya en 1988 se había pensado en ese escenario) y, con todo el país, fui testigo de cómo con Sergio Fajardo gestó y llevó a la alcaldía de Medellín un proyecto democrático que ha marcado nuevas pautas de acción política en Colombia y el continente.

A los dos, a Alonso y a “Job”, los encontré una tarde, cuando Salazar era Secretario de Gobierno de Sergio Fajardo. Los topé en el atrio de la parroquia del barrio Las Estancias. Estaban en una reunión con la comunidad y los recién desmovilizados miembros de las AUC en la Comuna Ocho. Las quejas comunitarias contra los desmovilizados eran graves y los compromisos del gobierno local con el proceso que heredó exigían grandes esfuerzos para garantizar la convivencia en esa Comuna y para intentar salvar un proceso que, con defectos estructurales graves, era necesario para Medellín. En esa breve reunión vi cómo, desde alternativas muy distintas, Alonso y “Job” buscaban salidas a esa guerra que había desangrado a Medellín. El modelo Fajardo funcionó con la diligente gestión de Salazar quien, a pesar de sus reparos, le imprimió la credibilidad necesaria con su estilo frentero y práctico, hecho reconocido por los propios desmovilizados.

Y yo estaba con los dos; inerme ante un poder y esperanzado en la consolidación de los esfuerzos institucionales por atraer hacia la civilidad toda la energía y capacidad que mujeres y hombres como Job estaban poniendo al servicio de otras causas. Me vi como espectador de una disputa por Medellín; como testigo de un pulso entre los poderes alternos y la institucionalidad legítima… ¿y dónde estaba el poder de esa comunidad sentada allí, en las bancas de la capilla? Porque Medellín también les pertenece… y Medellín también es mía.

Consolidándose el proyecto político liderado por Fajardo y Alonso, los hechos se revuelven, se habla de complot, se denigra del vivo y se escudan en el muerto, se revuelven los nombres, las fechas, los hechos, los propósitos, los dimes y diretes… los acuerdos, los desacuerdos y, para mí, los recuerdos.

Tal vez los amigos del difunto “Job” intenten perturbar el exitoso camino de Alonso; tal vez no lo van a dejar gobernar tranquilo para tratar de borrar esta refrescante experiencia de administración transparente e incluyente. Tal vez a muchos les cause dolor perder el control en una ciudad que se proyecta con decisión a vivir sin miedo. Tal vez quieran enlodar el nombre de Alonso. Pero con seguridad, en cada intento sólo harán brillar más la hoja de vida del ciudadano intachable que hoy gobierna a Medellín.

Mi compromiso cristiano me alienta a respaldar a las instituciones legítimas y, con ahínco, al amigo que desde los Tronquitos, en la U. de A., no ha hecho otra cosa que servir y trabajar por una sociedad en la que sean posibles los sueños de todos. Y me lleva, también, a confiar en que serán muchos los jóvenes comprometidos con la nueva realidad social y política de Medellín; serán muchos los que acogerán el imperativo de no matar y de no poner el amor al dinero como la razón de ser de su paso por esta vida.

Mi saludo y respaldo a Alonso y su familia; mi abrazo a Magnolia y a Carlos, esos viejos que, en las noches, elevan sus oraciones por su hijo, quien, para honrarlos como Dios manda, los exaltó el día de su posesión. Y para mi ciudad, todo mi esfuerzo, porque estoy convencido de que mi bienestar y el de mi familia, dependen del bienestar de Medellín. Porque Medellín, esta ciudad vital, también es mía.
Léelo en el periódico El Colombiano:

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